—Permítame—dijo convencido a su compañera que entrelazaba sus dedos indecisa. Delante de la puerta estaban esperando las montañas compitiendo entre sí por atrapar la visión. Aguiluchos giraban en cada cima bordeadas de algodones pomposos que parecían de fantasía y no era un sueño. Quizás estaban irremediablemente… ambos tenían coincidencia en este punto. Convencidos de que era el domingo siguiente a la tragedia sufrida por aquel accidente automovilístico. Querían ver el rostro del acusado aquella mañana, para qué insistir si el rencor los abandonó cuando entraron al edén.