miércoles, 7 de julio de 2021

Perdido en el laberinto



Perdido en el laberinto


La incredulidad de Chong fue en aumento en veinticinco años de médico clínico. Acostumbrado a encontrar la explicación física adecuada para todo acontecimiento, no había espacio en su corazón para creer en razones más allá de la ciencia.

Los delirios de la fiebre y el reposo hicieron que Chong no pudiera salir de la cama; imaginaba cómo trabajaban las defensas del cuerpo. También se preguntaba cómo les estaría yendo a todos en el hospital; era el director.

Cansado de divagar en pensamientos, salió por fin al patio y lo encontró un desastre. El jardín no había sido el mismo desde la muerte de Laura: ella lo cuidaba.

El viento de la tormenta de Santa Rosa sacudía las palmeras, el calor había cedido. Quedó parado en frente al laberinto de madreselva para disfrutar del frescor. La rigidez de una pared de hojas, a pesar del intenso viento, llamó su atención. Se adentró en el laberinto, acercándose a la pared inmóvil mientras todo a su alrededor entraba en caos. Escuchaba la lluvia en la lejanía, unas gotitas lo mojaron. Se agachó de cuclillas para tocar la tierra, era áspera y roja, y no concordaba con el césped húmedo que pisaba. Avanzó dentro de la pared del laberinto. Notó preocupado la extrema longitud de las ramas; calculó que debía estar del otro lado hacía tiempo.

Una luz lo cegó y vio el día radiante, tenía las sandalias manchadas de polvo. Levantó la vista siguiendo la imponente cueva que se alzaba frente a él, estaba inmersa en una montaña cuyo pico ascendía hasta perderse en el cielo. Asustado miró alrededor, buscaba su laberinto pero sólo halló el borde de un precipicio. Más abajo había un valle y un lago, ambos conformaban el fondo circular de una hoya de rocas. Chong creyó que la medicación le había pegado fuerte y todo era un sueño; un sueño que lo despertaba para volverse a dormir.

De la boca negra de la cueva vio salir una mujer con armadura. Chong aguantó la respiración temiendo que la visión pudiera esfumarse en cualquier momento. Emergieron de la tímida figura unas alas luminosas, el ángel corrió hacia él amenazante. Empuñaba una lanza cuyo filo pinchó su cuello. Un suspiro y caía hacia el abismo del precipicio. Lo empujó y Chong gritó atolondrado, cerró los ojos esperando lo peor, pero otra fuerza lo volteó quedando decúbito, justo antes del colapso. 

Abrió los ojos, flotaba en el aire, vio sombras de alas proyectadas por el sol detrás de sí sobre las rocas. "Quizás se arrepintió de matarme", pensó confundido.

—¿Estás perdido? Te puedo llevar a algún lugar.

Escuchó del ángel aquellas palabras acompañadas de profundos aleteos, y en su interior brotó la calma.

Chong lo supo entonces; se trataba de una mujer distinta a quien lo había empujado de la cueva.

—¿Laura sos vos? —preguntó dolido.

—¿Quién es Laura?

La dulce voz le recordó su difunta esposa, contuvo el llanto de agradecimiento, hace tanto no la sentía, hace tanto no sentía nada. En su pecho nació la esperanza de ver a Laura de nuevo, y olvidarse del lugar de donde venía. Aquel lugar lleno de causalidades físicas para fundamentar todo acontecimiento.

Atragantado con las palabras, no pudo responder, arrugó el mentón. Intentó descubrir el rostro de su heroína levantado la cabeza, pero ella se confundía con el sol. Rendido, mantuvo la vista en el paisaje que sobrevolaban.

Chong sospechó que aunque todas eran ángeles, debía ser más cauteloso en aquella dimensión desconocida: no sabía si todas eran buenas. Señaló temblando el valle, supuso que allí habría un laberinto de madreselva parecido al de su jardín.

 

La alada lo bajó en el lugar indicado y ascendió veloz, vigiló al oriental mientras se perdía en el laberinto desde arriba. Vio familiaridad en aquellos ojos cafés, algo en su interior ardía, como si quisiera recuperar recuerdos de otra vida antes de sus luchas. Concluyó que necesitaba bendecir a Chong, así guardaría su esencia.

—Yo te amparo de noche y de día, buen viaje. Nos veremos cuando tengas esperanza y fe.

 

Chong entró a la casa por la puerta trasera, y se desvaneció en la cama. El perfume de Laura invadió la habitación.