Las cinco lechuzas rodean la fuente de agua eterna, que contiene el reflejo de la luna llena. La más vieja lleva el anillo de la sabiduría y debe dejar el puesto de vigilancia a la indicada. Se miran intensamente, una parpadea y por lo tanto queda fuera de la ronda. Ya son cuatro, solo la más reciente ganará. El agua titila en burbujas de mojarrita y otra baja la cabeza. Las demás la empujan con sus garras. Quedan tres. Nada puede quebrantarlas, un aullido infla las plumas de todas, crujen las hojas del arce, la más ansiosa gira trecientos sesenta grados, el lobo pasa de largo. La echan de la fuente.
La más joven temblando, incrédula de su suerte por ser la vigilante del próximo siglo, preguntó a la más vieja cómo resistía la tentación de no mirar otra cosa que no fuera la ciudad.
—Muy fácil hija, soy ciega.
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