miércoles, 1 de julio de 2020

JUICIO AL HOMBRE

Ese fue el último recuerdo que eligió.  
El antiguo rey debía ser destruido, pensaban, el salvador que había sido uno de los suyos se veía arrodillado y humillado frente a ellos. El tío perdido y desobediente de los verdaderos jueces, rezaba. Manchaba la tarima de sudor y sangre, una cuerda le apretaba el cuello. Desconcertados por su cara desfigurada por la miseria, lo desconocían.
El hombre debía ser juzgado por sus delitos y ahora los dioses eran ellos y podían justificar sus sentencias. Era la primera vez que uno de los suyos caía bajo el yugo de las leyes sin acto de contrición que alimentara sus razones. Los abandonó y los reemplazó para creer en otro ser, compasivo, bondadoso e incomprendido; creador de santos y capaz de transformar al hombre en un ser angelical.
Con ojos húmedos el hombre reposaba con voz suave, consciente del peligro y sabiendo que sus crueles sobrinos no lo perdonarían, agradecía la desgracia. Cantaba:
—La misericordia del señor cada día cantaré.
Y repitió eso hasta que los perros rabiosos se calmaron y en el corazón de los tres hermanos brotó un racimo de fe y el tío abandonó su miedo a ser descuartizado o ahorcado: aún sus sobrinos no habían decidido qué muerte era la más acorde a sus delitos. Ninguno se acercó a él o bajó de sus tronos dorados, aunque quisieron abrazarlo y en el fondo volver el tiempo a cuando eran niños, y corrían empujándose para ver quién alcanzaba el trono primero.  
El tío intentó ponerse de pie, su enclenque cuerpo lo hacía tambalear, y a pesar de ello se sentía realizado. El remordimiento se fue y era libre.  

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